Todos quieren cambiar

Todo el mundo quiere cambiar el sistema sanitario. Se habla de gestión del cambio, se lanzan propuestas de reformas, se elaboran libros blancos, salen think tanks como setas… Sin embargo, se ven pocos intentos serios y estructurados de cambio del sistema y del modelo sanitario.

Por un lado, es esencial recordar el concepto de inercia de los sistemas. Enrico Coiera lo analizaba hace unos años en este artículo del British Medical Journal: “Podríamos definir la inercia del sistema como el fracaso de una organización humana para iniciar o lograr un cambio sostenido de comportamiento a pesar de la clara evidencia de que el cambio es esencial“. Dicho de otra forma, los sistemas y organizaciones tienden a continuar haciendo lo mismo independientemente de los cambios. La inercia, al final, se convierte en una especie de muro que defiende a la organización de los peligros externos

Entre las ideas habituales para poner en marcha grandes cambios aparece la teoría del big bang, es decir, hacer grandes cambios casi por sorpresa, de gran calado y que no sean cambios decorativos sino que afecten realmente a los procesos. Sin embargo, muchos cambios recientes no han sido implementados en el marco de un entorno disruptivo. De hecho, la complejidad de los sistemas sanitarios hace que analizar un cambio a gran escala y encontrar factores de éxito extrapolables a otros sistemas u organizaciones es casi utópico ya que esta complejidad hace que no haya dos sistemas/organizaciones iguales.

Uno de los grandes problemas que se perciben es que la mayoría de las ideas de cambio que surgen son muy subjetivas. En vez de analizar y evaluar la situación real y buscar objetivos comunes, muchos proyectos o “voces de cambio” se centran en orientar el cambio a su ideario (“su libro”), es decir, proponen cambiar el sistema para que se incorporen las medidas que les interesan. Quizás esa visión tan parcial sea uno de los grandes obstáculos: pocas personas/grupos asumen esas ideas como propias y se perciben como intereses.

Por el otro lado, los grandes cambios auspiciados por estrategias y análisis a nivel macro se acaban perdiendo en el olvido. Dado su interés en proponer ideas de gran acogida, suelen difundir medidas genéricas, demasiado abstractas o con poco nivel de detalle, lo que dificulta su puesta en marcha. Esto acaba provocando que muchos libros blancos o estrategias acaben sonando igual. Además, se suelen percibir como ideas que vienen de “arriba” o de entornos demasiado teóricos, y por ello se suelen rechazar ya que los agentes del cambio (profesionales y pacientes) no han participado.

La incertidumbre no ayuda a cambiar. Los rumbos que se proponen son poco claros y no están apenas definidos, ninguna propuesta o estrategia garantiza aparentemente un cambio a un estado mejor. Además, muchas propuestas de cambio (telesalud, por ejemplo) incluyen medidas muy genéricas, poco adaptadas a la cultura y realidad de cada centro.

Por ello, ante estas alternativas, la inercia se asume como el mejor estado. ¿Inercia o barbarie?

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