Las relaciones comerciales para adquirir productos sanitarios (principalmente EPIs) y medicamentos en esta pandemia han puesto a prueba algunas leyes básicas de la economía. Precisamente hace unos días, The Lancet publicaba un breve comentario sobre el riesgo que supone la compra desesperada de productos.
El exceso de demanda sobre la oferta provoca incrementos de precio. Si bien los modelos de compra habituales se basan en la unión de dos factores como son la calidad y el precio, en época de escasez y de necesidad ambos factores pasan a un segundo plano. Queremos comprar, aunque sea más caro y con una calidad inferior. Y el mercado no va a tener ningún problema, al menos en un primer momento. Incluso el Ministerio de Industria publicó el 20 de marzo una Resolución que permite adquirir mascarillas sin marcado CE.
El exceso de demanda incrementa la oferta. Muchos proveedores y fabricantes ven oportunidades comerciales en la venta de productos muy demandados y adaptan sus medios para producir estos productos. La opción 1 de incremento de oferta es la más habitual: y así, tenemos empresas que han incrementado sus líneas para producir más equipos, por ejemplo, respiradores o mascarillas. Pero además, la AEMPS ha emitido autorizaciones temporales para producción de solución hidroalcohólica. Todo ello para evitar la compra de productos sin garantía y sin un mínimo de calidad.
La opción 2 es muy diferente y se basa en proveedores sin escrúpulos que quieren hacer caja ante tanta compra desesperada. Bajar la calidad para producir más y así obtener un mayor beneficio en la venta (ya que el coste es menor y el precio muy elevado) o directamente vender falsificaciones (como ya ocurrió con la penicilina tras la Segunda Guerra Mundial). Además, no podemos olvidar que los canales alternativos de suministro pueden “relajar” el cumplimiento de garantías, llegando a proveedores con poca ética (o sin ella).
Pero, ¿qué hacemos cuando no hay equipos de protección suficientes y los pacientes siguen necesitando cuidados? La respuesta (bendita respuesta) la hemos visto estas últimas semanas: colaboración ciudadana, grupos de makers, validación de materiales “caseros” y elaboración de recomendaciones adhoc para estos productos (reutilización, uso de mascarillas de tela, etc). No es la mejor solución, pero cuando no hay alternativa oficial, llega el momento de buscar soluciones (y validarlas posteriormente por parte de las organizaciones para así asumir toda la responsabilidad).
¿Y con los medicamentos? Parece fácil adaptar una empresa textil para fabricar mascarillas o batas, pero con los medicamentos todo se complica. ¿Qué podría ocurrir si la crisis paraliza un país como India que es uno de los grandes fabricantes mundiales de medicamentos? ¿O si no hay producción suficiente para toda la demanda mundial? En este caso, las soluciones “caseras” no tienen sentido, y el riesgo está ahí, esperando detrás de la puerta.