Leyendo un reciente artículo de Eric Topol en The New Yorker nos tropezamos con una noticia de octubre de 1980 muy llamativa. Topol recuerda una huelga que se llevó a cabo en varios hospitales por parte de médicos jóvenes (internos y residentes) que se quejaban de la escasez de enfermeras en las plantillas de cada unidad. Sí, habéis leído bien: escasez de enfermeras.
Como cuentan en esta noticia del New York Times de aquella época, el comité de huelga informó a la administración que la escasez de enfermeras provocaba una mayor mortalidad de los pacientes así como un mayor burnout en los profesionales. Curiosamente, ni los sindicatos médicos ni otros colectivos apoyaron a este colectivo en su petición. ¿Te imaginas algo parecido hoy?
La historia de 1980 puede quedar algo naíf, pero nos ha llamado mucho la atención y nos hace plantearnos algunas preguntas. ¿Bienestar solo de los nuestros o bien común? ¿A quién representan realmente las organizaciones representativas? ¿Se escucha al profesional para saber qué quiere o pide o necesita? ¿Podría o debería la administración escuchar a alguien más además de los colectivos oficiales? A veces (no siempre), las voces oficiales se alejan tremendamente de lo que pide o necesitan los profesionales de a pie, y eso es un error. No podemos olvidar que al final la agenda política en sanidad se marca habitualmente en base a las prioridades de estos colectivos. Pero, ¿cuál es el origen de esas prioridades?
No hay una conclusión clara en este post, son más bien ideas y recuerdos expuestos de forma confusa. La modorra estival solo se cura con la siesta, nunca escribiendo. O quizás sí…
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