Es innegable que estamos en la década del CO: cooperación, colaboración, compartir y mil verbos más que resume muy bien Mónica Moro en este post de su blog Mira que bé. En el mundo sanitario se ha puesto de moda hablar de la cocreación y el codiseño de servicios y procesos, uniendo la experiencia del paciente junto con el conocimiento de profesionales sanitarios. Un esfuerzo más por incorporar al paciente en la toma de decisiones, algo que llevamos años diciendo pero que cuesta mucho hacer.
Contar que el rediseño de un servicio o de la atención de urgencias de un centro se va a llevar a cabo por un equipo mixto de pacientes y profesionales es algo que convence a cualquiera. Y de hecho, de antemano creemos que la solución a la que se va a llevar será perfecta. La magia del CO es imparable, aunque a veces surgen fisuras.
En la revista Public management review se ha publicado un número especial sobre codiseño y cocreación en servicios públicos. El editorial lleva un título muy provocativo: “Following the yellow brick road? (Dis)enchantment with co-design, co-production and value co-creation in public services“. ¿Desencanto con una herramienta que parece mágica? El editorial es muy favorable a estas herramientas pero alerta de la poca evidencia que existe sobre su efectividad.
Por un lado, alrededor de los procesos de cocreación y codiseño pivota el objetivo final de su ejecución. Lo normal es esperar que el resultado final (un cambio, un nuevo proceso, etc) sean mejores que el anterior. Pero en muchos casos, lo importante es el proceso de codiseño en si, por lo que implica en términos de legitimidad para la organización (“nos hemos reunido con pacientes para cambiar esto o aquello“). La revisión sistemática sobre estos conceptos que publicó Voorberg et al en 2014 va en esa línea, la del simbolismo de este tipo de herramientas y procesos de creación colectiva.
Además, hay que tener muy en cuenta la variabilidad que existe en base a los participantes en el proceso. Si queremos mejorar el proceso de atención al paciente con diabetes, la cuestión clave es quien se va a sentar en la mesa. En el caso de la visión profesional, hay que ser muy cuidadoso para evitar el sesgo de selección, ya que tal vez las sociedades científicas se centren más en vender su visión corporativa que en analizar realmente el proceso o los profesionales que participan piensen en su trozo de proceso y no de forma global. Y no olvidemos que cuanta más gente se sienta en la mesa, más difícil es imponer una solución (si es que alguien va con esa idea), y en parte esta es una de las barreras más habituales ya que la participación reduce esa imposición.
Por el lado de los pacientes puede ocurrir algo muy parecido: la representatividad, si bien es necesaria, no siempre garantiza que se van a obtener los mejores resultados. Cuando hay diferentes asociaciones con opiniones casi contrarias, puede que su aportación al codiseño no sea la mejor. Algo parecido ocurre cuando se invita a pacientes, ya que la experiencia depende de muchos factores, y no es lo mismo la opinión de un paciente con 20 años, en una zona urbana, que otro paciente del ámbito rural (hemos hecho la distinción urbano-rural pero valdría cualquier otra). Queremos que todo pivote alrededor del paciente, pero no tenemos claro cual es ese paciente tipo, ya que hay tantas realidades y tantas experiencias como personas.
¿Pretendemos echar por tierra estos conceptos? No, al contrario. Las premisas que hay detrás del codiseño y la cocreación son muy positivas, y de hecho ponen de manifiesto la necesidad de incorporar a todos los agentes cuando se toman decisiones sobre un servicio público, en este caso, del entorno sanitario. La lógica nos invita a pensar que las decisiones serán las mejores, pero la evidencia no ayuda a afirmarlo así. Pero hay algo evidente: la participación del paciente es necesaria, y debería de dejar de ser una moda para convertirse en algo habitual.