¿Es posible mejorar la salud a base de impuestos? El Gobierno de España, siguiendo las directrices de la OMS, se ha puesto las pilas y está preparando una reforma fiscal que incluirá un impuesto para las bebidas azucaradas como ya hacen en otros países. ¿Funcionan este tipo de impuestos? ¿Qué puede ocurrir?
Tras leer atentamente las noticias, artículos y algunas revisiones, puede ser interesante y didáctico resumir este tema en un decálogo (que siempre queda bien). Vamos allá:
1. Los impuestos sobre bebidas azucaradas deben ser una herramienta de una política macro de cambio de hábitos, junto a medidas en colegios, subsidios para compra de fruta y verdura, campañas informativas (poco efectivas pero necesarias), estrategias publicitarias y de nudging (sobre este tema, estas tres referencias son muy interesantes), etc. Esto nunca podemos olvidarlo: el impuesto sin más no consigue mucho, y además suele verse como una medida recaudatoria sin más (con una oposición social muy elevada).
2. Por supuesto, hay evidencia contra este tipo de impuestos, como este artículo de Winkler, o este de Fletcher que señala que el efecto real sobre la obesidad es muy bajo (aunque como cuentan en este artículo, si bien no hubo pérdida de peso tras una reducción del consumo de estas bebidas, si hubo mejoras en otros parámetros como el colesterol, mejora en presión arterial o en los triglicéridos). Cada país es diferente y el efecto de la medida impositiva, como hemos comentado al principio, depende de que se acompañe de otras medidas educativas, de marketing y de subsidio a otros artículos. Evaluar el impuesto sin tener en cuenta el resto de medidas de estas políticas, es un sesgo a evitar. Y por cierto, la realidad muchas veces supera la evidencia y puede que, como ocurrió en Dinamarca con el impuesto a las grasas, la medida no funcione (allí decidieron dar marcha atrás).
2. Por supuesto, hay evidencia contra este tipo de impuestos, como este artículo de Winkler, o este de Fletcher que señala que el efecto real sobre la obesidad es muy bajo (aunque como cuentan en este artículo, si bien no hubo pérdida de peso tras una reducción del consumo de estas bebidas, si hubo mejoras en otros parámetros como el colesterol, mejora en presión arterial o en los triglicéridos). Cada país es diferente y el efecto de la medida impositiva, como hemos comentado al principio, depende de que se acompañe de otras medidas educativas, de marketing y de subsidio a otros artículos. Evaluar el impuesto sin tener en cuenta el resto de medidas de estas políticas, es un sesgo a evitar. Y por cierto, la realidad muchas veces supera la evidencia y puede que, como ocurrió en Dinamarca con el impuesto a las grasas, la medida no funcione (allí decidieron dar marcha atrás).
3. Mucho ojo con los productos sustitutivos. Una vez se incremente el precio de las bebidas azucaradas y si dejamos de consumirlas, ¿qué compraremos? ¿hay alternativas saludables? Una de las esperanzas es que la propia industria fabricante de estas bebidas desarrolle bebidas más saludables y a un precio inferior (ya lo estamos viendo: Zero será líder de ventas). Es esencial hacer un seguimiento de esa sustitución de productos para evitar que el impuesto fracase. Quizás también haya que volver a recordar que el agua es la alternativa más sana y más barata…
4. Este tipo de medidas suele afectar en mayor medida a los sectores de renta más baja, ya que son los que (en teoría) más van a sustituir estas bebidas una vez suba su precio y los que más las consumen. Deben existir alternativas saludables a precios asequibles (quizás sea una buena idea utilizar la recaudación del impuesto para mejorar algunos precios). Para saber algo más de este punto, os recomendamos este artículo de Javier Padilla en eldiario.es
5. En el diseño del impuesto hay que ir con cuidado ya que puede suceder que ese coste añadido lo asuma el fabricante o vendedor y no se refleje en el precio final. Hay mucho dinero en juego… Además la industria sabe jugar muy bien sus cartas: promociones, descuentos, precio menor si compras grandes cantidades (comparar el precio de una lata y una botella de 2 litros es un ejemplo sencillo), etc.
5. Un argumento a tener muy en cuenta es el que critica el comportamiento paternalista del Estado: si la gente sabe que las bebidas azucaradas son malas para la salud, ¿quien es el Estado para “manipular al ciudadano”? No debemos olvidar, como dicen en este artículo publicado en la Revista Española de Salud Pública, que “ni es fácil adelgazar ni puede culparse al obeso de su condición, dados los determinantes sociales, genéticos y de entorno de su estilo de vida“.
6. Algunos países han puesto en marcha este tipo de medidas y han funcionado razonablemente bien. En esta revisión se observó que hubo un descenso en el consumo e incluso una mejora en los datos de sobrepeso y obesidad. En este post del blog de The Lancet comparan los cambios en el consumo per capita de México una vez puesta en marcha la medida impositiva:
8. Algunos artículos dudan de la efectividad de este tipo de medidas, como en El Confidencial. Además del argumento antipaternalista, se pone sobre la mesa la posibilidad de que surjan mercados alternativos pero no creemos que las bebidas azucaradas acaben siendo un producto de contrabando, como ocurre con alcohol y tabaco. Otro elemento para no olvidar es la diferente elasticidad entre tabaco y las bebidas azucaradas: si sube el precio del tabaco, hay muchas personas que prefieren reducir el consumo de otros productos y seguir fumando; pero la evidencia muestra que esto no pasa con las bebidas azucaradas.
9. Hay voces que piden ser más estrictos con los fabricantes y directamente limitar o reducir el porcentaje de azúcar añadido en los productos procesados. Un buen ejemplo es la OCU, que pide acompañar esta medida con otras de control de la publicidad. Juan Revenga, en este artículo que publica El Comidista, se pregunta si sería posible una política global que no se centre exclusivamente en las bebidas azucaradas.
10. Y acabamos con los intereses económicos, los lobbies del azúcar y las grandes empresas que venden estos productos. No se puede permitir que los fabricantes de estas bebidas participen en congresos sanitarios o financien actividades de sociedades científicas o asociaciones de pacientes (con ver este reciente listado de aportaciones de Coca Cola es suficiente, aunque este artículo de JAMA Internal Medicine hace algo de historia y nos demuestra que no es algo nuevo). ¿Lavado de cara? ¿Campañas de marketing asociando su imagen a la de profesionales sanitarios? Quizás por eso esta industria es una experta en campañas de responsabilidad social corporativa, y se rodea de famosos o colabora en campañas ecologistas, sociales o solidarias. Akerloff y Shiller son muy directos en su libro La economía de la manipulación: el marketing sabe aprovecharse de nuestra estupidez.
En resumen, políticas globales y a largo plazo, con medidas que inviten a consumir productos alternativos más saludables y más baratos, unir ciencia y activismo y crear un entorno social que avale este cambio de hábitos alimenticios, y por supuesto, evaluar si la medida funciona o no. Y si queréis leer algo más, además de los enlaces del texto, os recomendamos este artículo de Guillem López Casasnovas (“¿Cambia la fiscalidad los estilos de vida? Impuestos para luchar contra la obesidad“).
Acabamos con este vídeo de solo 5 minutos en el que José María López Nicolás nos dice que “estamos jodidos”. No os lo perdáis porque es el complemento perfecto a esta entrada.