En otoño de 2020 lo intentamos. La intención era recordar que el statu quo se puede cambiar, que los hilos que tejen los poderosos son realmente de plastilina y se pueden transformar, y que los que mandan deben su posición y su status a los que votan y participan (democracia, vamos). Pero no salió bien.
Las iniciativas de cambio disruptivo y de transformación radical son difíciles. Todo se acomoda a las circunstancias vigentes y con el tiempo atacan (casi de forma inconsciente) cualquier intento de cambio. ¿Por qué? Pues por lo de siempre: lo nuevo siempre será diferente, incluso molesto, y adaptarse a los nuevos tiempos requiere esfuerzo. El miedo al cambio y a perder nuestra zona de confort hace que ataquemos cualquier iniciativa que transforme nuestro entorno.
Aún así, merece la pena intentarlo. Para ver las reacciones, para saber quién está y no está, para conocer la verdadera cara de los que mandan, y para detectar sus maniobras, sus presiones, su juego sucio (que a veces lo hay) y sus estrategias. Además, en algunos casos, es la única forma de conseguir que todo avance, que todo evolucione, y que aunque manden los mismos, al menos se den pasos.
Feliz año sin inercia. Los cimientos se tambalean…